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Soledad

SOLEDAD Y AISLAMIENTO SOCIAL

Cuando nos sentimos solos no sembarga una sensación de aislamiento, y aunque se realicen proyectos y se tengan múltiples capacidades intelectuales, artísticas o creativas, la necesidad de comunicación y la incomodidad no desaparecen. Es más, muchas personas pueden experimentar soledad incluso estando acompañadas, y se sienten incomprendidas y perdidas en el anonimato, la masificación y la velocidad con que suceden los hechos en las grandes ciudades.
Este malestar se vive cuando no hay comunicación con otras personas o se percibe que las relaciones sociales no son satisfactorias; por ello, los momentos más críticos suelen ser descritos como «indeseables» y generan sentimientos parecidos a los de depresión o ansiedad, pues el individuo vive con nerviosismo, falta de vitalidad, un «vacío interno» y desesperación.
Así, la soledad puede presentarse de dos maneras, una emocional, en la que hace falta intenso vínculo con otra persona (amigo, pareja) que genere gusto por la vida y seguridad, y otra social, en la cual la persona no se siente integrada a un grupo que le ayude a compartir intereses y preocupaciones.
En efecto, cuando nuestra habilidad para convivir nos causa malestar, es cuando experimentamos soledad, pues la convivencia con otros es menos entusiasta y afectuosa, aunque esto suele ocurrir inconscientemente y por ello no es fácil percibir qué es lo que está fallando. Esto puede dar origen a un círculo vicioso, en el que surgen problemas de autovaloración e inconformidad que hacen que la persona afectada se convenza a sí misma de que no es amable ni digna de ser apreciada, por lo que rehúye a cualquier amigo potencial solo por miedo a un posible rechazo.
A nivel fisiológico, puede suceder, que entremos en un estado de tensión que provoque las mismas sensaciones que el estrés, produciendo en el organismo los mismos problemas originados durante el mismo. De esta manera, reaccionamos primero, con un estado de alerta que, si no lo combatimos podemos llegar a la fase de agotamiento tan perjudicial para nuestra salud psicológica e, incluso, física. Desde la terapia conductual podemos enseñarte una serie de pautas para evitar que esta situación se cronifique.

Mal de nuestro tiempo
Casi nadie se da cuenta del amplio alcance de la soledad porque vivimos inmersos en ella y no nos comunicamos adecuadamente. Sin percibirlo, los seres humanos contemporáneos solo convivimos por momentos con familiares, compañeros de trabajo y vecinos, y aunque siempre estamos «rodeados de gente», vivimos en solitario.
Mujeres y hombres se sienten incapaces de mantener relaciones basadas en la confianza, y experimentan por igual el temor a sufrir una agresión o a ser rechazados, de modo que crean barreras que en verdad poco hacen por proteger y sí mucho por separar. Se vive en el vacío y tal actitud nos viene dada mediante planteamientos como: «nadie me entiende», «la gente sólo quiere hacerme daño», «sólo les intereso cuando quieren obtener algo» o «cada vez que confío en alguien me llevo una puñalada».
Cuando la soledad es deseada no hay nada que objetar, aunque tal situación entraña peligro: el ser humano es social por naturaleza y una red de amigos con la que compartir aficiones, preocupaciones y anhelos es un cimiento casi sustituible para asentar una vida feliz y para enfrentar las dificultades cotidianas.
De este modo, aunque convivir plenamente con un grupo de gente cercana y con puntos de vista similar es una meta que en ocasiones se antoja difícil, debido a que las estructuras y hábitos sociales de nuestra civilización frenan este deseo de hacer y mantener amistades, bien vale la pena hacer un esfuerzo notable por conseguirlo.
No es casual esta recomendación, ya que si bien hay quienes se acostumbran a vivir con la sensación de soledad y la disfrazan con actitudes de fortaleza, autosuficiencia, agresividad o timidez (y cuyo fin perseguido, aunque oculto, es recibir afecto o respeto), experimentan un equilibrio emocional frágil que por lo general puede dar pie a una crisis severa y angustiante al enfrentar imprevistos.

La sensación de «ausencia»
Circunstancias como divorcio, fallecimiento de un ser querido o cambio de residencia a otra ciudad, tienen como consecuencia la desaparición en nuestra vida de alguien a quien hemos amado o que ocupaba un espacio muy importante en nuestra cotidianidad. En estos casos es común que nos invada una particular sensación de soledad y vacío que nos sume en tristeza y desesperanza, pues hemos perdido a alguien que antes nos apoyaba para afrontar la vida.
Hay que decir que somos seres sociales que requerimos de los demás para hacernos a nosotros mismos, y no sólo para cubrir nuestras necesidades de afecto y desarrollo personal, sino también para afianzar y revalidar nuestra autoestima, ya que ésta se genera cada día en la interrelación con las personas que nos rodean.
La pérdida es irremplazable, pero no debe ser irreparable. La psicología explica que es imposible llenar este tipo de «huecos» que deja la ausencia de alguien, pero también que si nos permitimos sentir la tristeza y nos proponemos superarla en base a confianza hacia nosotros mismos, podremos reunir fuerzas para establecer nuevas relaciones que cubran, al menos parcialmente, ese déficit de amor que se padece.
Nuestra labor, siguiendo unas pautas desde la psicología conductual es hacer cobrar conciencia sobre el hecho fundamental de que la vida se encuentra en constante cambio, y que se debe procurar que la carencia de una persona no tiene por qué convertirse en una falta general de relaciones.
Si bien esta soledad es dolorosa, es cierto que puede convertirse en positiva si la interpretamos como la oportunidad para aprender a vivir el sufrimiento sin permanecer bloqueados, así como para generar recursos y habilidades para transitar satisfactoriamente por la vida. Aunque en ocasiones es difícil de entender, la comprensión y el control de las situaciones desfavorables, a sabiendas de que son inevitables, permite a cualquier persona la posibilidad de disfrutar con plenitud los momentos venideros, nosotros, desde la terapia conductual podemos ayudarte.

Cómo podemos ayudarte
Ya que la soledad es innegable y será experimentada por todo ser humano, pues en algún momento se tendrá la sensación de que «algo falta», desde la terapia cognitivo-conductual te ayudaremos a aprender una serie de pasos qe te ayudarán a mejorar tu estado anímico:
• Ser muy sincero y buscar dentro de uno mismo qué tipo de soledad es la que se sufre y a qué circunstancias se deben.
• Perder el miedo a mirar dentro de nosotros, y afrontar la necesidad de saber cómo somos: nuestras ilusiones y ambiciones, limitaciones y miedos, además de evaluar honestamente la autoimagen.
• Aprender una serie de estrategias para mejorar tus relaciones sociales.
• Ayudarte a perder el miedo al rechazo ya que es un freno para entablar nuevas amistades o relaciones amorosas.
• Evitar encerrarte en ti mismo cuando se tenga fuerte sensación de soledad, ya que puede generarse mayor daño.
• Aprender a aceptarnos como somos y tomar conciencia de las autobarreras que nos marcamos.

La sensación de soledad es una situación que puede convertirse en momentánea y que no es forzosamente mala, ya que es posible transformarla en un espacio de reflexión para conocernos a fondo y encontrar sinceramente nuestra propia identidad.
Existe un tiempo para comunicarse con los demás y otro para establecer contacto con lo más profundo de nosotros mismos, en el que la soledad es indispensable; ahí podemos «hablar» con nuestros miedos, a los que no podemos ignorar.
Efectos del aislamiento en nuestra salud
El aislamiento resta eficacia a la respuesta defensiva de nuestro organismo y, por ello, las personas que están solas ven mermadas la producción de anticuerpos y son más propensas a contraer enfermedades víricas.

La soledad puede provocar una respuesta negativa del sistema endocrino y está ligada a un mayor riesgo de sufrir enfermedades cardíacas o cáncer. Incluso está demostrado que quienes viven solos presentan un mayor riesgo de morir prematuramente.

El ser humano tiene la necesidad de sentir la cercanía y el apoyo de ciertas personas que le acompañan en los buenos momentos y le ayudan a seguir en los malos.

El sentimiento de pertenencia y la estima son algunas de las necesidades fundamentales de las personas según la conocida pirámide de Maslow.

¿Afecta solo a las personas mayores?

“La necesidad humana de compartir cosas es evidente”, decía la escritora Carmen Martín Gaite. Ahora, más allá de la literatura, un estudio de la Universidad de Brigham Young en Utah ha demostrado que dejar esa necesidad insatisfecha tiene incluso una notable y negativa repercusión en la salud. Y es que, numéricamente hablando, la soledad – que no es un problema exclusivo de la gente mayor – mata a más personas que la obesidad.

El grupo de investigadores norteamericanos analizaron más de 218 estudios sobre los efectos del aislamiento social que actualmente sufren más de cuatro millones de personas. De estas, según la asociación Mental Health Foundation, aquellas que tienen entre 18 y 34 años afirman sentirse más solas que los que superan los 50. El problema, por tanto, puede empezar a tratarse desde la adolescencia, que es cuando se establecen gran parte de las relaciones sociales.

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